Thursday, December 3, 2009

Hasta la próxima vez.

Disfrutaba yo de un relajante cigarro caminando por el malecón, observando el mar, cavilando sobre todo tipo de cosas, pensando cosas ridículas y no tan ridículas. La inmortalidad del cangrejo, la crisis económica, existencialismos, el trabajo, el pato Donald, etc. Entonces me percaté de un pequeño polluelo gaviota atrapado en una roca rodeada de agua. El avecilla demostraba, con notable esfuerzo, toda clase de acrobacias en su intento de no ser arrollado por las olas. Daba pequeños saltos entre las rocas que se dejaban ver cuando la marea se alejaba tratando de regresar a la orilla, pero no era lo suficentemente rápida y las recurrentes olas le obligaban a regresar a su roca a toda velocidad.
Terminé mi cigarro y medité un poco sobre la posibilidad de bajar los 4 metros de muralla del malecón para ayudarlo. Las escaleras estaban como a medio kilómetro de distancia, así que tendría que descender por el muro. Me decidí y emprendí el descenso, un par de veces estuve a punto de resbalar y partirme la cabeza con las piedras del suelo. Volteé a la roca para ver si el ave seguía ahí y me di cuenta que me observaba, ya no intentaba escapar, como si supiera que iba en su ayuda.
Una vez sobre la playa salté sobre las piedras humedas arriesgando mi integridad física y moral -de caerme, ofrecería un espectáculo por demás gracioso a cualquier espectador que estuviera cerca y observando. Por fin llegué con el polluelo manteniendo equilibrio en dos piedras cercanas, acerqué mis manos al ave, entonces... el muy cabrón se fue volando. En seguida una ola rompió mojando mis zapatos y pantalones con el agua más helada que alguna vez haya escupido el mar. Escuché la risa de unos peatones en el malecón. Regresé a la orilla y preferí caminar hasta las escaleras en lugar de escalar la muralla. En el camino, pensativo de nuevo, encendí otro cigarrillo y decidí nunca más ayudar a alguna criatura en peligro. Pero seguramente lo haré.

Aarón V.