Monday, July 19, 2010

Yo no atropellé a ningún vagabundo.

Era una noche peculiarmente obscura, no había mucho ruido en las calles. O tal vez sí, pero yo sólo podía escuchar el sonido del viento contra las ventanillas del auto. Seguramente sería alrededor de media noche, habíamos estado bebiendo todo el día, y ahora paseábamos a toda velocidad por un suburbio de calles estrechas perdido en medio de la ciudad. Discutíamos acerca de las tipas que dejamos apenas unos minutos atrás en el último bar que habíamos visitado y a las cuales les frustramos el plan de llevarnos a la cama por el simple hecho de que eran unos verdaderos esperpentos (Me disculpo, por lo general no me expreso de esa manera acerca de las mujeres... Suelo ser más ofensivo).

Cada que virábamos en una esquina, las calles me parecían hacerse más estrechas. Estoy seguro que en un par de ocasiones estuvimos a escasos centímetros de dejar una muy buena muestra de pintura en alguno de los carros estacionados. Y para agregar un poco más de dificultad, la zona contaba con una extensa selección de baches en los cuales caer y arruinar el auto. Sin embargo eso no parecía importar y la velocidad sólo continuaba aumentando.

Para este momento la discusión era acerca de lo que haríamos a continuación. Era obvio que visitaríamos algún otro bar, pero decidíamos a cuál ir. Yo iba en el asiento de pasajero así que realmente no tenía alguna obligación de mantener mi vista en el camino. Por su parte, Leo, quien venía manejando, decidió que tampoco él tenía responsabilidad alguna de hacerlo. Cuando al fin carburé que alguien debía echar un vistazo al camino, no pude recordar para que era necesario en primer lugar...

Aun así decidí voltear y alcancé a ver, a bastantes metros adelante, a un vagabundo que se había quedado en medio de la calle, aparentemente enceguecido por las luces de nuestro carro. Decidí ayudarlo. "Aguas con ese güey" le dije a Leo y este le sacó propiamente la vuelta, mientras lo hacía, se dio cuenta de que lancé algo por la ventana y que logró golpear al vagabundo directamente en la cara tumbándolo al suelo al tiempo que soltaba un simple, pero particularmente adolorido "Aaauuch", o más bien fue como "Aaagghhh" no recuerdo muy bien.

- ¿Qué chingados le aventaste?
- Mis lentes oscuros.
- ¿Por qué?
- Pues parecía que le molestaba la luz del carro.
- Eres un pendejo.

Epílogo
En algún lugar de la ciudad amaneció un vagabundo muy feliz porque tiene un bonito par de gafas oscuras de aviador que, aparte de quedarle muy bien con su estilo, protegen sus ojos de los poderosos rayos del endemoniado sol que ha estado haciendo estos días.

Aarón V.